miércoles, 7 de julio de 2010

La importancia de la “educación y la literatura"

Vista la importancia de la literatura en el desarrollo de las competencias básicas, vamos a tratar de aclarar el concepto de “educación literaria”, para posteriormente ver cuál ha sido su evolución a lo largo de la historia y cuál es su situación actual, teniendo en cuenta que es fundamental para que nuestros alumnos puedan alcanzar un adecuado desarrollo personal y social.
El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española define el término educación como la “instrucción por medio de la acción docente”. Según la Wikipedia, la educación se materializa en la serie de habilidades, conocimientos, actitudes y valores adquiridos, produciendo cambios de carácter social, intelectual, emocional, etc., en la persona que, dependiendo del grado de concienciación, será para toda la vida o por un periodo determinado, pasando a formar parte del recuerdo en el último de los casos.
El término “educación literaria” está íntimamente relacionado con la competencia literaria, que es definida por Aguiar e Silva como un saber que permite producir y comprender textos. Según este autor, se trata de un modelo elaborado a partir de la gramática del texto y no mediante una gramática literaria de la frase. Así pues, nos proporciona una visión en la que la unión de lectura y escritura son las claves para la adquisición de la competencia literaria. Por ello, entran en juego la adquisición de hábitos de lectura, así como la capacidad de disfrute, además, de diversos aspectos de tipo estético, cognoscitivo, lingüístico y cultural, sin olvidar que la literatura influye grandemente en la educación en valores.
De todo ello deducimos que la expresión “educación literaria” implica que la finalidad de la enseñanza de la literatura es formar lectores competentes.
Como señala Felipe Zayas, en su artículo “Un proyecto de escritura a partir de la Égloga I de Garcilaso de la Vega”, la educación literaria implica:
- Descubrir la lectura como experiencia satisfactoria fundada en la respuesta afectiva del lector (éste se emociona con la intriga; se identifica con los personajes; reconoce en el texto su propia experiencia vital como experiencia humana; descubre mundos alejados de su experiencia inmediata; contrasta su propia interpretación con la de otros lectores; percibe estéticamente el lenguaje, etc.,).
- Aprender a construir el sentido del texto, es decir, a confrontar la visión que tiene el lector de sí mismo y del mundo con la elaboración cultural de la experiencia humana que le ofrece la obra literaria.
- Conocer las particularidades discursivas, textuales y lingüísticas de los textos literarios, características que están condicionadas históricamente y configuran los géneros o formas convencionales de la institución literaria mediante las que la humanidad ha simbolizado su experiencia.
La escuela desempeña una labor decisiva en la transmisión del patrimonio literario, sobre todo desde que se completó, tanto en España, como en otros países, un proceso considerable de “escolarización de masas”, que involucró a grupos que antes no tenían la posibilidad de acceder a los textos literarios. Además, en los últimos tiempos tiene, en este sentido, una mayor responsabilidad, por lo que a la comunicación audiovisual se refiere, ya que los jóvenes, por lo general, se encuentran inmersos más en este tipo de cultura que en la escrita. Es por este motivo que la mayor parte de ellos se encuentra con la literatura casi exclusivamente en su centro educativo. Así pues, para adquirir una adecuada educación literaria, se necesitan determinadas estrategias que están en relación con la experiencia vivida por el estudiante en clase, experiencia que puede ser juzgada como digna de ser vivida o, por el contrario, como una actividad académica más, cuya utilidad , a veces, resulta dudosa para los alumnos.
Pero no pensemos que la enseñanza de la literatura siempre se ha concebido de la misma forma, por el contrario, ha pasado por diversas etapas:
1.- Desde la antigüedad clásica hasta el siglo XVIII predominó el paradigma retórico; en él los grandes autores son modelos en cuyas obras el alumno debe aprender los secretos de una buena expresión, entendida en todas sus dimensiones- inventio, dispositio y elocutio-. Los alumnos deben comentar los textos de los autores clásicos y realizar una serie de ejercicios de composición –los progymnasmata- sobre determinados temas y conforme a ciertas reglas. Desde la Edad Media la enseñanza de la literatura a las minorías se orienta a la adquisición de las habilidades de elocución que les iban a permitir desenvolverse de una forma correcta y apropiada en las actividades comunicativas habituales de la vida social (el sermón religioso, la escritura de escribientes y clérigos…).
2.- Desde principios del siglo XIX se dio a la enseñanza de la literatura un enfoque historicista, es decir, se estudia la literatura como historia de los autores y las obras representativas de una cultura, en principio “nacional”.
3.- En la década de los sesenta, se comienza a orientar la educación literaria hacia la adquisición de hábitos lectores y a la formación de lectores competentes. El comentario de textos se convierte en una práctica habitual en las aulas. Hemos de decir que esta práctica del comentario ha pervivido hasta hace bien poco con el enfoque historicista de la enseñanza de la literatura.
4.- A partir de los años ochenta se concibe el texto literario como un tipo específico de uso comunicativo mediante el cual el autor ha utilizado el lenguaje de manera creativa. Por ello, se pretende crear en los alumnos el hábito lector; se hacen talleres literarios o actividades de animación a la lectura. Así pues, no sólo se busca que los jóvenes encuentren placer en la lectura, sino que también se les proporcionan las herramientas para la creación de textos.
Teniendo en cuenta la evolución que ha tenido la enseñanza de la literatura, nos planteamos el hecho de que la literatura, por sufrir una serie de variantes en cuanto a las consideraciones del autor, la obra y el receptor, no permite un aprendizaje homogéneo y tipificado, como señala Antonio Mendoza Fillola en su artículo “La educación literaria. Bases para la formación de la competencia lecto-literaria”, publicado en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Según el citado autor, “la didáctica de la literatura ha de plantearse que el objetivo esencial y genérico de la formación y educación literaria de los alumnos de un determinado nivel escolar tiene un doble carácter integrador: aprender a valorar y apreciar las creaciones de signo estético-literario”. Por lo que, según el mismo autor, las competencias esenciales que habrá de desarrollar el alumno se perfilan en dos direcciones:
1.- La que atiende a las competencias que permiten comprender y reconocer las convenciones específicas de organizar y comunicar la experiencia que tiene la literatura, y, consecuentemente, dotar de una elemental poética y retórica literarias.
2.- La que se ocupa del conjunto de saberes que permiten atender a la historicidad que atraviesa el texto, como saberes necesarios y mediadores para poder descubrir y/o establecer nuestra valoración interpretativa.
En la primera de las direcciones, los alumnos deberán iniciarse en la escritura creativa para desarrollar la creatividad y la capacidad de expresar sus pensamientos. Es necesario también que reconozcan y apliquen los elementos de cada género literario. Por supuesto, es fundamental la lectura de libros de literatura, que ayuden a aumentar las capacidades interpretativas de los alumnos y alumnas, así como la realización de resúmenes y comentarios referentes a las obras. Todo ello se ha de hacer de forma que la literatura no se vea como algo exclusivamente escolar, sino como un fenómeno social compartido.
En cuanto al segundo punto, tendremos en cuenta que no se puede convertir la enseñanza de la literatura en una memorización de nombres, obras y fechas, sino que se han de enseñar características de una época que se puedan observar directamente en los textos.
Es fundamental que tengamos presente que el sentido primario de la formación literaria es enseñar a leer, es decir, dar claves de interpretación para que nuestros alumnos descubran que en el discurso literario operan los mismos factores y las mismas reglas con que hablamos todos los días, pero además, esas reglas se desarrollan de forma compleja. Por otra parte, será una decisión importante el tipo de texto que se ha de seleccionar en cada momento, en qué orden y qué tipo de actividades se van a realizar. En este sentido, se harán lecturas de todos los géneros. Por otra parte, se deberán combinar actividades de recepción –como la lectura o los comentarios-, así como de composición de textos. Además, se han de trabajar tanto obras completas como fragmentos.
La literatura es una experiencia estética y, como señalan Brioschi y Girolamo en Introducción al estudio de la literatura, “el lector aprenderá tanto más a moverse con independencia, cuanto más haya elaborado criterios de gusto, fundados no en el simple me gusta o no me gusta, sino en una curiosidad más amplia y una apertura intelectual menos práctica”. En este sentido, tendremos una misión, entre otras, como profesores de literatura: el hacer llegar a nuestros alumnos que la lectura es un placer. Pero no olvidemos que el “placer del texto” es fruto del esfuerzo y que esto exigirá que debamos programar unas lecturas que serán cada vez más difíciles para los alumnos y unas actividades adecuadas para facilitar esa lectura. Daniel Pennac en Como una novela, respecto a este tema, señala que no hay que obligar a los niños a leer lecturas aburridas, sino contagiarles el amor por la lectura. En relación con ello, crea su conocido decálogo en el que se exponen los derechos imprescindibles del lector:
1.- El derecho a no leer.
2.- El derecho a saltarnos las páginas.
3.- El derecho a no terminar un libro.
4.- El derecho a releer.
5.- El derecho a leer cualquier cosa.
6.- El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual).
7.- El derecho a leer en cualquier sitio.
8.- El derecho a hojear.
9.- El derecho a leer en voz alta.
10.- El derecho a callarnos.
Numerosos autores dan una gran importancia al lector como elemento fundamental en el proceso que es la literatura. De hecho, Dámaso Alonso distinguía entre dos intuiciones: una intuición creadora del autor y una intuición actualizadora del lector. Del mismo modo, Roland Barthes da una importancia fundamental al lector cuando señala que “el texto literario no está acabado en sí mismo hasta que el lector lo convierte en un objeto de significado, el cual será necesariamente plural”. También Jorge Luis Borges, al hablar de qué es un libro decía que “es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica”.